viernes, 24 de octubre de 2008

Personas desaparecidas: ¡No se hace lo suficiente!



                      

El CICR, además, anuncia la publicación de un informe titulado Las personas desaparecidas: una tragedia olvidada, en el que se pone de manifiesto la trágica suerte —ignorada con demasiada frecuencia— que padecen las personas dadas por desaparecidas y sus familias en relación con un conflicto armado u otras situaciones de violencia. “Desde que los hombres libran guerras, ha habido personas dadas por desaparecidas”, dijo el señor Pierre Krähenbühl, director de Actividades Operacionales del CICR, durante la presentación del informe en la sede de la Institución en Ginebra. Todas las personas desaparecidas tienen su historia, a menudo trágica, ya sean civiles capturados, secuestrados o arrestados; prisioneros que mueren en situación de detención o en lugares secretos; víctimas de ejecuciones masivas, apresuradamente enterradas en sepulturas anónimas; hombres, mujeres y niños que huyen de los conflictos en desplazamientos masivos, separados de sus seres queridos durante años y años; soldados muertos cuyos restos son enterrados de forma inadecuada o cuyos cuerpos se abandonan sin identificar en el campo de batalla. “No se hace lo suficiente —según el señor Krähenbühl—. Es imperativo encarar esta tragedia y ayudar a las decenas de miles de familias de personas desaparecidas a esclarecer el paradero de sus seres queridos. Cuando no se sabe qué sucedió, si están vivos o muertos, se experimenta ansiedad, ira y un sentimiento profundo de injusticia; a los familiares les resulta imposible llorar a sus muertos y sentir el consuelo de poner un final a la situación”. El informe del CICR contiene testimonios personales y narraciones que describen la agonía y el gran sentimiento de pérdida que las acongojadas familias padecen durante años. “Aunque solo sea un esqueleto, no me importa: quiero que me devuelvan a mi hijo” afirmó Guliko Ekizashvili, una georgiana de cuyo hijo se sigue sin tener noticias, desde hace 14 años, después de que desapareciera durante el conflicto armado entre Georgia y la región disidente de Abjasia.El señor Krähenbühl subrayó que “los Estados y otras instancias pueden adoptar medidas concretas para evitar este tipo de tragedia desde el principio. A menudo, lo que falta es voluntad política para afrontar el problema”. Celebró también la aprobación, en diciembre de 2006, de la Convención internacional para la protección de todas las personas contra las desapariciones forzadas; un texto jurídico vinculante en el que se prohíbe la desaparición forzada. “El CICR insta a los Estados a que firmen, ratifiquen y apliquen este importante tratado lo antes posible”, declaró.La desaparición de personas a raíz de un conflicto es una cuestión sumamente emocional. Trae aparejadas numerosas experiencias sensibles, como la muerte, el amor, el contacto entre familiares, que son centrales en toda cultura y religión y que, en este contexto, la incertidumbre, algo que la gente de nuestros días acepta cada vez más difícilmente, relega a un segundo plano. Los familiares de las personas desaparecidas, las autoridades y el personal de organizaciones humanitarias están afectados por estas emociones, que los llevan a adoptar actitudes que no pueden explicarse racionalmente (por ejemplo, la reticencia a manipular restos mortales) y que pueden acentuarse por la tendencia creciente, al menos en el mundo occidental, a interpretar los problemas desde un punto de vista psicológico. Por lo demás, no es agradable, para los que efectúan la labor humanitaria tener que dar malas noticias, y en la gran mayoría de los casos de personas desaparecidas, las noticias son malas. Mientras la confianza en las autoridades decrece en todo el mundo, el personal del CICR vacila en comunicar a los familiares, sin una "prueba científica", que su pariente desaparecido ha muerto. Les puede parecer que, comunicando la noticia, han decidido que la persona desaparecida está muerta y que, por lo tanto, la han sentenciado indirectamente a muerte. El hecho de comunicar abiertamente a los familiares que la posibilidad de hallar a un ser querido con vida, o incluso muerto, es limitada, puede interpretarse como una falta de compasión. Creemos, no obstante, que el CICR debería evaluar objetivamente lo que es más conveniente a largo plazo para las familias afectadas. Por ello, debe ayudar a sus colaboradores a afrontar la tensión emocional que sufren cuando aplican este procedimiento. Los beligerantes y ex beligerantes manipulan y explotan la cuestión de las personas desaparecidas para perpetuar el odio, la movilización nacional o étnica y la exclusión de los "otros", para encubrir la envergadura de una derrota y para granjearse o mantener el apoyo internacional contra el enemigo. También aprovechan la angustia de los familiares los protagonistas en el ámbito internacional, a fin de sumar apoyo para la forma de resolución de conflicto por la que ellos abogan o, las organizaciones, cuando libran competencia para obtener más notoriedad, dinero e influencia, o para promover soluciones costosas e irrealistas (como la identificación sistemática de restos mortales mediante exhaustivas pruebas de ADN).

Cuestiones y dilemas humanitarios


En muchos contextos, poco después del fin de la guerra, el CICR sabe que casi todas las personas desaparecidas están muertas. Objetivamente, sería conveniente para los familiares aceptar este hecho cuanto antes e iniciar el proceso de duelo. Sin embargo, esa aceptación implica mucho dolor y pérdida de la esperanza de que el ser querido sea hallado con vida. Los familiares quieren creer que la persona desaparecida está viva y, por lo tanto, tratan de evitar todas las noticias, o encontrar razones para dudar de ellas, que indican la muerte, incluso sienten enfado no contra el mensaje, sino contra el mensajero. ¿Debería una organización humanitaria como el CICR destruir las esperanzas, cuando suele ser imposible saber con plena seguridad que una persona desaparecida está muerta? Inversamente, ¿puede el CICR perpetuar el sufrimiento, aunque sea por omisión, tan sólo porque no existe la certeza absoluta? ¿Debería el CICR dejar la decisión al albedrío de las familias? La primera opción, dejar que los familiares se aferren a la esperanza de que su ser querido está vivo, no es conveniente para ellos, si hay grandes probabilidades de que la persona esté muerta. La segunda opción, insistir en obtener una prueba absoluta de su muerte, también prolonga el sufrimiento en los muchos casos en que nunca se podrá contar con esa prueba. El CICR trabaja con la finalidad de salvar vidas, prestar protección y asistencia a las personas vivas, permitir que los familiares separados vuelvan a reunirse. Por ello, suele trabajar suponiendo que una persona desaparecida está viva y detenida. Poniéndose en contacto con personal del CICR, los familiares sentirán que sus esperanzas se confirman, lo cual impide que comience el proceso de duelo. El apoyo a los familiares puede realizarse de muchas formas, independientemente de si se debe suponer que la persona desaparecida está viva o muerta. Pero la información necesaria, los métodos empleados y las medidas que han de adoptarse respecto de los beligerantes son fundamentalmente diferentes cuando la búsqueda concierne a personas detenidas o a restos mortales. Por ello, creemos que, en cada situación, el CICR debería tomar rápidamente una decisión interna, basada en información fiable, acerca de si realmente cabe la esperanza de hallar a varias personas desaparecidas con vida, y emprender sus actividades en función de esa decisión.

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