martes, 20 de julio de 2010

Compatriotas Colombianos ¡FELIZ BICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA!




"A las doce del 20 de julio de 1810, don José González Llorente, en el acto de prestarle un ramillete para el recibimiento del comisionado regio don Antonio Villavicencio, produjo en la Calle Real algunas infames expresiones contra aquel y todos los americanos. Oídas estas por algunos patriotas que por allí pasaban, se le echaron encima... Llorente estuvo hasta la noche [refugiado en una casa vecina]. A esa hora ya el pueblo había pedido su prisión con furor extraordinario. Era inmenso el pueblo, de todas partes y clases..."

Empieza así un relato publicado en El Mosaico, en 1864, sobre lo acontecido en Santafé de Bogotá hoy hace dos siglos. Todavía el 20 de julio de 1810 no era fecha oficial de la Independencia. Solo lo fue nueve años después de esta publicación, por la ley 2854 de 1873. A partir de entonces, aquella jornada suscita toda suerte de discusiones y simplificaciones. Desde la versión escolar, según la cual debemos nuestra libertad a un florero, hasta la de historiadores que afirman que en dicha efeméride hubo ruido pero no nueces: el virrey huyó y los patriotas se apoderaron del gobierno, pero lo hicieron para proclamar lealtad a la corona legítima de España -usurpada a la sazón por los franceses- y mantener la esencia del sistema político.

Ni lo uno ni lo otro. Los acontecimientos del 20 de julio no fueron un hecho aislado ni azaroso. Entre 1780 y 1810 abundaron las revueltas en las colonias americanas de España, estimuladas en parte por Estados Unidos, que el 4 de julio de 1776, previa a la Revolución Francesa, rompió con Inglaterra y sentó ejemplo republicano memorable. Mucho antes, en 1604, un puñado de esclavos cimarrones había declarado la independencia de un palenque cerca de Cartagena. Y en 1781 marcharon sobre Bogotá 20.000 campesinos en la más honda, espontánea y popular de las revueltas de nuestra historia, el movimiento comunero, que, de no haber sido vilmente traicionado, habría dado a luz un nuevo país y una nueva sociedad.

El ambiente del 20 de julio era propicio para alzamientos. Camilo Torres, uno de los promotores del Cabildo Abierto en que remató la jornada, escribió semanas antes: "Ha llegado el momento feliz de la libertad de mi Patria y, si se malogra ahora esta ocasión, nuestra esclavitud queda sellada para siempre". Palabras casi idénticas a las del elocuente José Acevedo y Gómez ese día. Todo muestra, pues, que fue una ruptura provocada. Pero mal podría decirse que el 21 amaneciera un sistema político y social enteramente nuevo.

Los bandos de la Junta Suprema creada tras el incidente del florero no solo aclamaban a Fernando VII sino que pedían al pueblo evitar todo desorden e insumisión. Al mismo tiempo, eso sí, hablaban de una nueva patria "que habéis conquistado y que vais a formar".

La élite criolla, los bogotanos blancos que promovieron la salida del virrey, no quería ir mucho más lejos. La prueba es que seis años después, cuando las tropas españolas de Morillo reconquistaron Santafé, las damas capitalinas cubrieron de flores a los soldados españoles y vivaron al rey. Habrían de arrepentirse poco después, al empezar los fusilamientos de personajes rebeldes.

Más importante que lo ocurrido aquel 20 de julio fue cuanto siguió sin que nadie pudiera evitarlo. Aupado, entre otros, por patriotas como Antonio Nariño y José María Carbonell, el movimiento se agudizó y se extendió a otras provincias. Como escribió el ex presidente Eduardo Santos en 1960, al cumplirse 150 años del grito independentista, "quedó arraigado en la conciencia nacional, indestructiblemente, el sentimiento de la Independencia. Empezó, a plena luz, la Nueva Era".

El balance de dos siglos de autonomía es agridulce. Resulta innegable la solidez formal de las instituciones democráticas fundadas bajo la República; pocos son los tres efímeros golpes de Estado y la media docena de cierres del Congreso que en estos 200 años han desafiado la legalidad. Pero, así como, según Germán Arciniegas, los principios comuneros constituían un "quebrantamiento de todo el régimen colonial", la independencia lograda entre 1810 y 1819 rompió algunos lazos coloniales mas prolongó otros. Mantuvimos la lengua y la cultura, gracias a lo cual hoy prospera un mundo común de más de 400 millones de almas.

Pero permanecieron incólumes las estructuras sociales, agrarias y económicas: mientras América del Norte se sumaba a la naciente revolución industrial, la meridional siguió sometida a una agricultura dependiente. El centralismo concentró ávidamente el poder y la Iglesia prolongó su influencia política, que fue nefasta. No se democratizaron el saber ni la educación, y las clases explotadas durante la Colonia fueron ahora libres... pero explotadas.

Lo peor, sin embargo, fue la aparición endémica de las guerras. En dos siglos el país ha conocido contadas épocas de paz. En lo positivo, ha consolidado una identidad y riqueza propias como nación mestiza, según lo recoge la Constitución de 1991 y lo atestigua vivamente su cultura popular.

Las conmemoraciones permiten repasar de dónde venimos y reflexionar también hacia dónde vamos. Es el paso atrás que ayuda a tomar impulso en pos de nuevas etapas históricas. El tercer centenario de la emancipación debe empezar con una revisión de la posición colombiana en el espacio internacional que nos fue propio entonces y sigue siéndolo. También ha de procurar que la independencia proclamada hace 200 años se extienda a quienes no conocen aún sus frutos y que los Derechos del Hombre, razón de ser de aquel movimiento admirable, sean una realidad segura para todos los colombianos.

¡VIVA COLOMBIA!



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